Del lat. tempus. Duración de las cosas sujetas a mudanza.

Es como si se hubiera parado el tiempo. Estoy encerrada en el reloj de bolsillo que se portaba en aquellos tiempos en los que mirarlo no hacía saltar el corazón; presa del engranaje, encajada en sus ruedas dentadas bloqueando el rítmico tic-tac que nos hace viejos. Intento escapar, pero me bloquea un rígido cristal que se aferra firmemente a la cubierta del artefacto y quedo enganchada en la manilla que marca las horas. Oigo el rechinar de las agujas en paro, pero no alcanzo a entenderlas, dicen algo así como: “¡cuánto más me pienses, más lento paso!”… no entiendo el significado.
Alguien abre la cubierta que protege el cristal y me ve cómicamente aplastada, como aquel repostero cuando se pegan al escaparate en un intento en vano de oler los deliciosos dulces recién orneados. Se ríe piadosamente de mí, y lentamente comienza a hacer retroceder las manecillas hasta el punto en que se quedan posicionadas en siete horas menos, liberándome así de la atemporización.
Hipnotizada observando el transcurrir rítmico del tiempo, pienso: ¿seríamos capaces de no envejecer nunca en un viaje eterno a la sombra de la aurora?

Carmen